El viaje de las papas desde las Américas a Europa se llevó a cabo en el siglo XVI gracias a la exploración y el comercio entre los dos continentes. Los marineros españoles, bajo el mando de Cristóbal Colón, descubrieron las patatas en sus expediciones a América del Sur y las llevaron de regreso a España. Sin embargo, en sus primeras etapas, las patatas no fueron ampliamente aceptadas como alimento en Europa. A menudo se consideraban como comida para animales o incluso como plantas venenosas.

 

A medida que las papas se difundieron por Europa, surgieron esfuerzos para adaptarlas a las preferencias culinarias locales. En el siglo XVII, las papas llegaron a los Países Bajos y Bélgica, donde los chefs experimentaron con diferentes métodos de cocción para realzar su sabor y textura. Uno de los métodos que capturó la imaginación de los cocineros fue el proceso de freír las patatas en aceite caliente.

Fue en Bélgica donde las papas fritas comenzaron a adquirir popularidad, convirtiéndose en un tentempié callejero apreciado por los lugareños. Los vendedores ambulantes cocinaban las papas en grandes calderas llenas de aceite caliente, creando así las primeras versiones de las crujientes y doradas patatas fritas. Estas deliciosas delicias atrajeron la atención de los transeúntes, y pronto los puestos de papas fritas se multiplicaron por las calles de las ciudades belgas. 

 

A medida que las patatas fritas se afianzaban en Bélgica, comenzaron a hacer su entrada en la vecina Francia. A finales del siglo XVIII, las papas fritas se habían convertido en un aperitivo popular en París, donde las servían en los pequeños restaurantes y bistrós de la ciudad. En honor a su lugar de origen, las patatas fritas se conocieron como "frites" en Francia.

Durante el siglo XIX, las papas fritas continuaron expandiéndose por Europa y más allá. Con la llegada de la Revolución Industrial, la producción en masa de alimentos se volvió más viable, y las patatas fritas se convirtieron en un bocadillo accesible para una amplia gama de personas. En las décadas siguientes, las papas fritas encontraron su camino en los menús de los restaurantes y cafés en todo el mundo.

 

El siglo XX marcó un punto de inflexión en la popularidad de las patatas fritas. Con la rápida expansión de la industria de la comida rápida y la aparición de cadenas de restaurantes, las papas fritas se convirtieron en un acompañamiento estándar para hamburguesas y otros platillos. La invención de la freidora comercial moderna y la introducción de métodos de producción eficientes permitieron que las patatas fritas se sirvieran de manera rápida y consistente en todo el mundo.

Con el tiempo, las papas fritas también se adaptaron a diferentes culturas y sabores regionales. En algunos lugares, se sazonan con una variedad de condimentos y salsas, mientras que en otros se sirven en cortes más gruesos y rústicos. Las papas fritas se han convertido en un alimento universalmente reconocido y apreciado, uniendo a personas de diferentes orígenes y gustos en torno a su delicioso y crujiente encanto.

 

En resumen, las papas fritas, que comenzaron como un modesto tubérculo en las alturas de los Andes, han evolucionado para convertirse en un ícono global de la gastronomía. Su viaje desde América del Sur hasta Europa y su transformación en un aperitivo crujiente y sabroso son un testimonio del ingenio culinario humano y la capacidad de adaptarse y reinventar los alimentos para satisfacer los paladares cambiantes.

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Hoy que las papas fritas están de fiesta, al celebrarse su día, es una magnífica oportunidad de comerse unas cuantas con ketchup y mayonesa.